jueves, 22 de octubre de 2009

Impuestos y deuda pública en el periodo carolino

Una obra sin duda importante para nuestro trabajo es el clásico por excelencia de Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros. (Editado en Crítica, en 3 volúmenes). Sin embargo, una vez te propones enfrentarte a esta obra lo primero que dan ganas de hacer es cerrar cualquiera de sus tres tomos y echarse a llorar (hablo desde la experiencia), pues es, cuanto menos, contundente. Y más para nosotros, que no somos especialistas en la materia y que debemos comenzar nuestro trabajo prácticamente desde cero. Lo mismo ocurre con otro de los grandes clásicos acerca del tema de la deuda y los banqueros alemanes, de H. Kellenbenz: Los Fugger en España y Portugal hacia 1560 (editado por la Junta de Castilla y León). Por eso, nos resulta de vital importancia partir desde consideraciones generales de la deuda en la época, así como de la situación económica y de la Hacienda Real hispánica en aquellos entonces para, a partir de ahí, poder indagar poco a poco en el tema que nos corresponde. En este sentido, he querido destacar este pequeño extracto de una reciente obra de Historia de España editada por El País y que se vendía dominicalmente, que si bien puede que no destaque por ser un estudio que examine profunda e intensamente el reinado de Carlos V, está dirigida por John Lynch, uno de los hispanistas más reconocidos y que aquí nos ofrece una visión muy sintetizada pero, estoy seguro, realmente útil para el tema que nos atañe.

Carlos V necesitó dinero desde el inicio de su reinado y para conseguirlo acudió en un primer momento a los banqueros alemanes (los Fugger y los Welser) y más adelante a los genoveses. Para hacer frente a los créditos necesarios para sufragar su elección imperial y las distintas campañas militares, Carlos tuvo que recurrir a impuestos extraordinarios sobre sus territorios españoles; así entre 1517 y 1520 el monarca reunió dos veces las Cortes castellanas, así como las de la Corona de Aragón.

Pero la Corona no sólo se nutría de estos ingresos. Las rentas ordinarias procedían de impuestos extraparlamentarios e indirectos, como las famosas alcabalas, las tercias reales de los diezmos, el servicio y montazgo y toda una serie de regalías de distinto orden sobre salinas, minas, alumbre, moneda, etc. Estas rentas fueron incrementadas durante gran parte del reinado y en su mayoría estuvieron hipotecadas desde el principio para poder enjugar la deuda pública, que pasaría del 36% en 1528 al 68% en 1556. Esta tendencia se agravó todavía más en tiempos de Felipe II.

Las rentas extraordinarias, que se usaban para saldar la deuda contraída con los banqueros extranjeros, pasaron en Castilla de 140 millones de maravedís anuales en los primeros años del reinado, a 635 millones al final del periodo. A ello habría que añadir el quinto real sobre las remesas de Indias (el 20% del oro y la plata que llegaba a Sevilla), que a mediados del siglo ascendía a 300 millones de maravedís. Otra fuente de ingresos la constituían las rentas de las dehesas de los maestrazgos de las órdenes militares, unos 100 millones de maravedís, y el subsidio eclesiástico, con más de 50 millones. La suma de todos los ingresos ordinarios y extraordinarios aumentó considerablemente: pasó de 433 millones de maravedís anuales a 1.138 millones en los últimos años del reinado.

Pero no solo Castilla pagaba la Cuenta Real. Dado que los gastos del Emperador siempre fueron muy superiores a sus ingresos, este hubo de recurrir a los reinos de la Corona de Aragón, pese a que su peculiar sistema constitucional no le permitía recaudar tanto como en Castilla ya que atravesaba una fase de crisis económica. Aun así, los resultados no fueron decepcionantes para Carlos V. En las cortes de Monzón de 1533, por ejemplo, consiguió 343.037 ducados. En general, no obstante, Castilla fue el sustento de la Hacienda carolina.

En cualquier caso todo este esfuerzo tributario apenas podía saldar la deuda del emperador con los banqueros extranjeros. En 1542, por ejemplo, los ingresos de la Hacienda Real rondaban el millón de ducados anuales (375 millones de maravedís), mientras que el monto de los asientos (préstamos) y letras de cambio solicitados en el exterior ascendía a unos 40 millones de ducados. Esta deuda fue aumentando casi exponencialmente a lo largo de todo el reinado, de modo que en el primer decenio los asientos firmados por los banqueros suponían una media anual de 413.773 ducados (y casi un 19% de los créditos de todo el reinado) y a finales de 1540 estos ya suponían 933.068 ducados (un 28,24% total de los préstamos). En los últimos años, siguiendo la tendencia alcista, la deuda alcanzó casi 2 millones de ducados (un 33,42% del total). Carlos recurrió a todos los medios posibles para conseguir dinero: los servicios de Cortes, los secuestros de las remesas indianas de particulares (por primera vez en 1523, con frecuencia entre 1534 y 1538, de nuevo en 1545, y de forma habitual entre 1551 y 1555). Cuando no podía devolver los préstamos con dinero lo hacía con deuda pública, los famosos juros, que en tanto no se amortizaban, devengaban pingües intereses.

En 1522 los juros consumieron el 36,6% de los recursos de la Hacienda, en 1528 alcanzaron el 52%, en 1543 el 65% y en 1556 el 68%. En 1557, ya con Felipe II en el trono se produce la primera bancarrota de la Hacienda Real: no sería la única durante este reinado.[1]

[1] Extraído de Lynch, J.: El reinado de Carlos V: Monarquía e Imperio. Editado por “El País”. Madrid, 2007. Pp. 382-383. Lynch, además cuenta con otros estudios dirigidos a la época de los Austria como: Los Austrias: 1516-1700. Editado en Crítica (2007) o Carlos V y su tiempo. Editado asimismo en Crítica (2000) (ambos ejemplares disponibles en la Biblioteca).

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